martes, 3 de noviembre de 2009

03-11-09

Hay momentos en los que la vida pesa. Es como si anduvieses en una senda desconocida y cubierta por la niebla. No sabes dónde está el norte ni si llagarás a algún sitio, pero te sientes fatigado y tienes ganas de sentarte en un recodo del camino. Cansado, quizás, de la ausencia de rumbo.
En esos instantes, todo lo que acontece adquiere unas dimensiones extraordinarias. La oscuridad parece más densa, la luz más cegadora y las piedras son escollos continuos que entorpecen el avance. Sin embargo, lo peor son las dudas, que se encajonan en la mochila y no hay quien las mueva. Dudas acerca de por qué, de para qué y de condicionales imposibles de resolver. Quisieras volver a transitar ese trecho en el que te desviaste y no volver a cometer ese error. Entonces, tal vez, todo sería diferente.
Pero cometerías otros errores. Harías otras acciones que te llevarían a dudas diferentes y acabarías en una encrucijada, como ahora, sin saber a dónde te diriges. Porque es una pregunta sin respuesta, que se lleva planteando desde que el ser humano tiene conciencia de sí mismo y de su entorno. Plantearla es un reto; no tratar de hallar respuesta, una liberación.
En la vida se abren y se cierran muchos pasajes. Es, como ya he dicho, un continuo renacer. Hay, posiblemente, hilanderas que se dediquen a tejer nuestro destino, una suerte de parcas que zurcen nuestros días con mayor o menor destreza. La cuestión es que la gente las busca fuera, en el cielo, en las estrellas, en las entrañas de la tierra. Sin embargo, están dentro, en cada experiencia que hemos pasado, en cada deseo que estamos construyendo. Somos nosotros nuestros titiriteros, nosotros quienes nos enganchamos a la rueda de la risa y el llanto y quienes nos perdemos en el vacío. No hay nada fuera que nos confunda o nos guíe, ningún genio perverso, ningún díos piadoso (o impío) que se burle de nuestras tribulaciones.
Las hilanderas son nuestras neuronas: lo que leemos, lo que vivimos, lo que percibimos a través del gusto o de la vista, lo que tocamos es lo que, de algún modo, configura el cuadro del aquí y el ahora. Y si ese cuadro está incompleto o es imperfecto, lo que haremos, si somos gente sabia, es buscar el error y subsanarlo.

Toma la distancia necesaria, mira con perspectiva y dentro del contexto y pregúntate qué es lo que no te hace feliz. En cuanto lo averigües, anótalo y ponte en marcha para cambiarlo.

Un abrazo,

B.

No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro.
Jean Paul Sartre

lunes, 28 de septiembre de 2009

¿Por qué ya no puedo hablarte?

Cada noche sueño que vuelvo a empezar. Estoy en ese otro mundo, cuando todo eran cadenas. En esa otra vida. Y quizá pueda salvarte. Pueda salvarles. Y todo entonces sea diferente. No habrá el silencio que nos aleja. Se disolverá el rencor. Y el miedo. Pero luego despierto y me encuentro aquí, lejos de todo. Tarde para todo. También para mí.

Hay quien piensa que marché porque huía. Pero hace tiempo averigüé que nadie puede escapar de los fantasmas que acosan desde el pasado. Para acallarlos hay que enfrentarse a ellos. Mirarlos de frente y decirles que se vayan. Si yo no lo hago, no es por cobardía. Es porque no quiero que haya más dolor en el mundo. Y sé que nunca entenderéis que quiera desprenderme de vosotros como quien se desviste de viejos lastres. Nunca entenderéis que queme vuestros nombres y me cambie de forma. Que quiera desaparecer de la tierra para no tener que volver a sentiros. En el dolor del recuerdo. En la vergüenza de la memoria.

Aún me enfrento a mi imagen del espejo. Cada día me enfrento a la lucha eterna de no sucumbir a la tristeza. Porque hicisteis de mí un ser pequeño y asustado. Pero no lo acepté. Y me fui. Para siempre.

Pero no puedo huir de vosotros, ya que estáis dentro de mí. Así que me propuse matar a quien era. Desterrarla del mundo y convertirla en pasado. Pretérito perfecto simple. Yo fui. Ayer, hace diez años, en otra época. Fui. No soy ni seré. Sencillamente, se acabó. Porque ya no existo para vosotros. Porque ya no quiero seguir llevando esta carga. La de niña triste y abandonada. La del miedo a la vida. La del encierro.

Quiero que me dejéis tranquila. Que os olvidéis de mí. Que me enterréis en la memoria. Transformad mi viejo cuarto en un trastero. Tirad mis fotografías. Regalad mis cuadros. Romped mis escritos. Exorcizar mi sombra igual que hago yo con la vuestra. Porque no voy a volver. Porque mi voz no sonará de nuevo. Porque mis ojos no volverán a veros. Porque quiero que nunca más estéis dentro de mí.

Para olvidar: cada minuto de encierro, cada segundo de miedo, cada lágrima perdida, las noches en la comisaría, los días de hospitales, las duchas de agua fría (porque se me negaba el calor de las calderas), el hambre, la soledad, los abusos, la desesperación y el vacío.

Y quien no lo comprenda, ya puede mirar hacia otro lado.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Ascensor


Hoy le he sustraído una foto a una amiga de su blog sin su permiso (perdóname, Irene, porque he pecado). Pero es que no me he podido resistir. Refleja una de las grandes ironías de la vida. Os la dejo, con una pequeña explicación.

El cartel que se ve en la foto está puesto en las puertas de un ascensor. Dicho ascensor se ubica en las antiquísimas instalaciones del edificio de Telefónica (timofónica para los amigos) en Sagrera (Barcelona). Para hacernos una idea global, os hago un esbozo a vuela pluma: los operadores, a menudo, se han de llevar en el bolso o la mochila insecticida, porque les comen las chinches (es verdad, estos ojitos miopes lo corroboran: y llevaba gafas cuando lo vi). Las sillas son de los años 80, y ya llovió. Los ordenadores, bueno, esos creo que son incluso más viejos. Y todos los veranos, sin excepción (a veces también en invierno) ese cubículo que algún ilusionado ha bautizado como "ascensor" se estropea.
Está demostrado empíricamente que se va más rápido cuando subes por las escaleras. Y no lo digo por mí, una pseudo-atleta que hace 7 kilómetros diarios en la cinta de correr en el gimnasio. He contemplado a gente con un sobrepeso abrumador que ha sido capaz de ganarle segundos (e incluso algún minuto) a ese cacharro renqueante que te traslada verticalmente. No es habitual (gente con semejante volumen no es aficionada a las escaleras) pero juro por lo más sagrado que lo he visto.
Semejante cachivache se estropea cada dos por tres. Es verdad, los teleoperadores somos unos vándalos miserables. Pero ninguno tiene el grado de estupidez necesario como para cargarse su medio de transporte (hemos de añadir que hay mucho operador con sobrepeso, no se arriesgarían al ejercicio obligatorio). Sin embargo, como es lo más sencillo, se les culpa de los constantes fallos técnicos del aparato en cuestión. Así que nos ponen un cartelito, en plan él nunca lo haría, que dice: si me tratas con cuidado, no tendrás que subir andando. Y, claro, uno se ríe.

Contemplad la imagen adjunta mientras las siguientes palabras (que le dejé a mi amiga en el facebook) resuenan en vuestra cabeza:

Esa es una de las grandes mentiras del edificio de Telefónica, junto a la de "somos un equipo" y al mito urbano de: asciende quien es más profesional... bueno, nadie dijo de qué profesión hablaban


jueves, 24 de septiembre de 2009

Buenos días 22-sept.-2009

Hoy, en una serie que veía mientras comía, un personaje se planteaba si, en su lecho de muerte, se arrepentiría de no haber hecho nada importante o memorable, a lo que otro personaje le responde: "pasará un día en su lecho de muerte: los otros veinticincomil son por los que debería preocuparse. Acuéstese contento hoy".

Parece que no llegamos a entender que lo único importante o realmente memorable es haber sido feliz, haber conseguido que otros lo sean y estar en paz con uno mismo.

Hagamos una cosa, entre todos. Hagamos algo insólito, maravilloso y magnífico. Acostémonos contentos hoy.
Porque hay gente que nos quiere.
Porque hay gente que se preocupa por nosotros.
Porque todo lo que existe en el mundo está aquí, ahora. Dentro.
Porque hoy el sol ha salido y dentro de poco se marchará y habremos cumplido el sueño de volver a empezar.

Un abrazo a todos.

Mi tejado y mi casa han ardido; ya nada me oculta la luna que brilla
Haiku japonés (gracias, Jordi, por esta perla de sabiduría oriental).

Alzheimer

Hace poco, esta semana, fue el día mundial del Alzheimer, "la enfermedad del olvido". Se pusieron unos reportajes melodramáticos en las noticias y algunos nos quedamos meditando acerca de lo triste que resulta para los enfermos y sus familias ese retorno hacia la nada.
Al día siguiente volvimos a la gripe A, las broncas políticas, los asesinatos racistas y una sucesión de imágenes más o menos morbosas, más o menos impactantes. La pasarela cibeles, con sus modelos famélicas (este año no han hablado de la báscula); los tejemanejes de Benidorm o la tomadura de pelo que siempre son las grandes cumbres contra el cambio climático, que todos firman y nadie cumple.

Y nos olvidamos del Alzheimer.

Creo que dedicarle un día a un evento no es para hacer publicidad de él esa jornada y volverlo a guardar en el baúl, como si lo sacásemos a pasear una vez al año.

Como dijo Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio nobel de literatura de 2008:

'En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven'.

(Gracias, Ramón, por enviarme la frase)

Un saludo.

Ortografía en la red

En ocasiones soy muy intransigente. Es un hecho. Sobretodo en lo que se refiere a las palabras. Para mí siempre fueron el pilar de mi existencia. De pequeña pasaba horas con un diccionario buscando definiciones, o me perdía entre los conceptos de la gran enciclopedia Larousse. Oh, cuántos momentos maravillosos me ha proporcionado, mientras me deleitaba leyendo las formaciones estelares, las nebulosas de Orión o las biografías de personajes ilustres.
Sí señores: soy una freak. Ya lo he dicho alguna vez, todos tenemos nuestro pequeño freak interior.

Pero esa adoración por las palabras, la gramática y la ortografía me hace, como decía, intransigente. Una vez tiré un cuaderno de autodefinidos porque tenía una falta de ortografía enorme. En otra ocasión lo hice porque usaron mal la definición. A veces, ver las noticias conmigo puede ser exasperante, puesto que cada vez que un periodista comete un error lingüístico, ahí estoy yo para echarle a los perros y que se lo meriende.

Obviamente, cometo errores. Humano se nace. Como el otro día, que puse "escavarán" en vez de "excavarán". Con los ajenos, procuro hacer la vista gorda. Sin embargo, si entro en algún blog o algún foro de discusión y veo a los "hoigan", sí, han visto bien, esos que son incapaces de poner una "h" o una "b" en su sitio y que aprendieron a escribir con Manolito, el personaje más burro de Mafalda, me hierve la sangre.

Lo último ha sido un test del facebook. Vale que los que redactan ese test tienen una capacidad neuronal poco mayor que la de un oligofrénico, siendo amables, y que sus preguntas (que respondo sin pudor, soy aficionada a los test, por chorras que me parezcan) no servirán para nada más que perder el tiempo, pero hoy he visto una cosa que me ha revolucionado. Cierto es que me he levantado algo arisca, sacando las uñas como una gata. Un novio que tuve hace años me decía, en momentos como este, que era "dulce como un limón". Pero esto se merece una denuncia pública.

En la pregunta: ¿como compajinas con los demás? (sí señor, con j, en vez de con g. Eso se lo permitíamos a Juan Ramón Jiménez, que al fin y al cabo era un poeta), le siguen tres ítems y el primero dice: Habeces me dejo llevar por los demás...

He dejado de leer y he cerrado el navegador.

Afortunada 17-sept.-09

Soy, desde luego, muy afortunada. Hay cerca de mí y a mi alrededor gente especial, tocada por una dosis de optimismo no exenta de realidad. Ayer, una de esas personas especiales me envió un correo, del que saqué una frase atribuída a Pablo Neruda:

No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, como la causa de tu futuro es tu presente.

Esta persona, como dije, es especial porque siempre intenta mejorar. No quiere estar por encima de los demás, no quiere competir con ellos: busca ser mejor que él mismo. Es un filósofo, ahí donde lo veis.

Más allá del sol que hace esta mañana, aparte de tener trabajo (los que lo tenéis) o tiempo (los que nos hemos quedado sin trabajo, pero no sin oficio), hoy es un gran día porque a nuestro lado, en silencio y sin que a veces nos demos cuenta, hay gente maravillosa.

Un abrazo.

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.
Pablo Neruda